Yo no moriría nunca por mis creencias porque puedo estar equivocado

- Bertrand Russell

viernes, 16 de marzo de 2012

Los Orómetros Celestiales


Rodando una tarde de sábado la extendida cuadrícula urbana de un Chicago estival, con una invitada especial a bordo, el minisuv avanzaba hacia un nuevo restaurante colombiano descubierto. Nuevo para nosotros, debo añadir, que lo más probable es que tenga ya sus buenos abriles de estar ahí.

Ella, la invitada, es doña Julia, excelente ser humano donde los haya, pero quien me dará mucho que hablar en las próximas líneas y en los próximos años, dadas sus tremendas contradicciones y su inagotable emanación de material para escépticos roedores.

La conversación ligera avanza con la sucesión de semáforos, hasta que algo en la siguiente esquina capta la atención del ojo y despereza los cerebros. Una pancarta con grandes letras y cuatro camisetas amarillas sacan de lo común el cruce aquel, y aunque no sabemos aún de qué se trata, nuestra conversación ahora es silencio. Un pick-up de esos de tamaño inverosímil se ha detenido en la mencionada esquina y las cuatro banderas de algodón sudado vuelan a la ventanilla; bajar de cabezas, cerrar de ojos, una mano al vehículo y la otra al espacio como si de una antena parabólica que canaliza mensajes se tratara. Al pasar a la par pudimos ver al conductor en la exacta misma posición y alcanzamos por fin a leer el rótulo: “PRAYER STATION  - NEED PRAYER? – STOP HERE” (Estación de Oraciones – Necesita que oremos por usted? – Pare aquí).

“Ayyyy … qué lindo!” – Doña Julia musitó las exactas palabras que yo habría apostado ella diría.

Y es que doña Julia es una cristiana evangélica a ultranza. Si vas a conversar con ella, debes estar preparado para que Dios, Cristo y el Espíritu Santo vengan mencionados a cada momento, aunque el tema sea “sopa de frijoles”. Las inconscientes expresiones idiomáticas que se nos escapan a los demás en modo rutinario, en su boca se vuelven verdaderas exultaciones de fe y piedad.

Cuando está comentando un hecho afortunado, por más pequeño y trivial que sea, doña Julia es capaz de ver a Dios moviendo un dedo y cambiando la realidad para complacerle; así mismo, los hechos desafortunados son pruebas de fe que el creador le está poniendo en el camino. De modo que no hay manera que Dios falle las facilísimas evaluaciones a las que constantemente doña Julia le somete; si cumple, saca 10; si no cumple, saca 10 y si tarda en cumplir también saca 10. Para Dios obtener la medalla de excelencia en la continua evaluación que doña Julia le impone, es alcanzable con simplemente no hacer nada. Como lo pondría Mel Brooks: “It´s good to be God”.

Doña Julia asiste a su iglesia los domingos por la mañana y los miércoles por la noche. Paga su diezmo, se sienta en primera fila y levanta en éxtasis los brazos a la hora de las alabanzas y las oraciones como lo ha hecho durante más de medio siglo. Carga su biblia con orgullo al ir y regresar de su iglesia, pero vaya cosa curiosa, nunca ha leído un capítulo completo del mismo libro. Como la mayoría de sus “hermanos en Cristo” cree que ese amasijo de páginas sagradas que pasea de un lado a otro, está lleno de mensajes de amor y normas morales; no tiene idea del guerrerismo, violencia, intolerancia, racismo, crueldad, misoginia, contradicciones y absurdos que plagan su “libro bueno”. Cree que el mensaje de su pastor es una interpretación resumida pero fidedigna de “la palabra”. Eso sí, tiene su librera llena de volúmenes que sí ha leído, con títulos tales como “Vuélvase un Guerrero de la Oración”, “Lo que Dios Quiere de Nosotros”, “El Aposento Alto”, “Cómo Hablar con Dios”, “Mi Viaje Espiritual” y así por el estilo. Compra y lee ávidamente estos libros que hablan sobre la biblia, pero no lee nunca la misma biblia. Doña Julia no sabe quiénes eran los fariseos o los saduceos, ni qué profesaban, ni porqué tenían conflicto con Jesús de Nazareth; no sabe exactamente qué fue el imperio romano y qué tuvo que ver en la muerte de su redentor y en la posterior expansión de su religión; nunca oyó hablar del emperador Constantino ni del Concilio de Nicea. Doña Julia, como millones de sus hermanos no necesita saber esas cosas; lo único que le basta “saber” es que Cristo se sacrificó por sus pecados para así darle la salvación, y nunca se le ha ocurrido revisar la lógica del asunto.

¿Pero cómo sé todas estas cosas de doña Julia? Bueno, porque soy tal vez la única persona que le reta sus creencias – muy probablemente soy el único que lo haya hecho en toda su vida- y eso me ha dado oportunidad de escarbar un poco esa mente. Conozco tanto a doña Julia también por el ineludible hecho que ella es …. mi suegra.

      - QUE???!!! – Fue mi respuesta cuando pasamos al lado de los rezadores de la calle y ante el “qué lindo!” de doña Julia.

     - ¿Pero cómo es que ellos tienen más poder que cualquier otra persona? ¿Porqué alguien en dificultades necesita acudir a los cuatro intermediarios de la esquina? ¿Es que acaso tienen línea directa o banda ancha al cielo? ¿Quién les otorgó ese poder?– continué.

       - No, ellos no tienen nada de especial – explicó mi suegra – pero es que mientras más gente esté en oración por algo, más fuerza tiene esa oración.

Inmediatamente recordé haberle visto en el pasado, al momento de enterarse que alguien está pasando por dificultades (de salud, financieras, familiares o lo que sea), sacar su celular y comenzar a llamar a sus amigas y al pastor mismo para que “pongan en oración el asunto”. También he presenciado cuando otra “hermana” le llama para que entre al equipo de oradores para otra específica petición. Doña Julia forma parte de una red de oradores que unen fuerzas para tratar que Dios cambie su “plan” y decida modificar el universo de conformidad.

Y por supuesto que también recordé las cadenas de oración y el conglomerar creyentes en estadios con los mismos u otros propósitos, y de los que me entero a través de los medios.

           - Oh, entonces no es más que una cuestión de números – respondí – A Dios lo que le importa no es qué tan humanitario o justo es el aliviar el sufrimiento de sus criaturas, sino cuántas docenas de personas le están solicitando intervención.

Y visualicé la imagen caricaturesca que doña Julia y sus correligionarios proyectan sobre el asunto.

     - Ya me imagino a Dios levantándose en la mañana y entrando a una sala de control donde tiene una pared llena de orómetros – expresé. 

Se me ocurrió de momento eso de los orómetros, como simples medidores al estilo de galvanómetros (sensores analógicos de corriente) con una aguja que se desplaza sobre una escala de “personas en oración”,  desde cero hasta una zona roja que señala el número mínimo que Dios le ha asignado al milagrito en cuestión, para conceder su cumplimiento. Cada asunto puesto en oración tiene su orómetro, y a Dios le basta revisar cuánto marca cada uno de ellos para tomar su decisión:

- “Veamos…. por la enfermedad de doña Panchita,… no, aún le faltan 8 personas más en oración”

- “Por el negocio de don Eustaquio .… bien, ya alcanzó las 20 personas requeridas … concedido!”

- “Por el examen de matemáticas de Juanito …. no, todavía no alcanza …. un momento, el pastor de la iglesia está sumándose en este instante, y ese vale por 10 puntos … oh! Concedido!”

- “Qué veo! Un náufrago solitario en mitad del océano pacífico me pide por su vida… qué pena, el requisito es 5, pero él sólo es uno… qué pena!”

- “Oh, millones de cristianos, liderados por miles de pastores y políticos republicanos (tan santos unos como otros) me piden que pierda Obama en las próximas elecciones y así deshacer la reforma de salud, desfinanciar la educación y la investigación, eliminar impuestos a los millonarios y subirlo a los consumidores e incrementar el gasto militar para ir a hacer más guerras… ejem, tal vez se los conceda en premio al fervor con que proclaman conocer mis deseos y mi mente, o tal vez no por proponer exactamente lo contrario a lo que mi hijo propuso”.

En el otro vestidor está pasando exactamente lo mismo. Solución: un orómetro diferencial.
Se me ocurrió que hay un tipo especial de orómetro para atender las peticiones mutuamente excluyentes cómo las guerras, las batallas y los encuentros deportivos. Cada bando pide la victoria para sí y la derrota para el contrario. En este caso la posición inicial de la aguja es en el medio de la escala y hay un bando a cada lado; la decisión entonces la toma Dios con base a qué lado empuja más la agujita. Los países, ejércitos y equipos deberían de olvidarse del entrenamiento y dedicar más esfuerzos en reclutar buenos y numerosos rezadores.

-“Pero qué tenemos aquí! Los Broncos de Denver se enfrentan a los Bears de Chicago, igual número de oraciones por cada lado. Ah pero los Broncos tienen a mi quarterback favorito ( Tim Tebow)… decreto victoria para los Broncos! … El porqué no podrán contra los Patriots quedará como un ejemplo de que yo actúo en modos misteriosos.”

-“ … Oh, le están cortando el cuello a niños en Darfur sin que yo me dé ni cuenta! … Bueno, me distraje viendo un partido”.

Dios asigna orómetros a cualquier tipo de enfermedad con la seguridad que toda recuperación le será atribuida a su actuación misericordiosa. Pero por alguna razón Dios no dispone de orómetros para el caso de las amputaciones. No importa que sea la mismísma doña Julia, el pastor o los candidatos republicanos a la presidencia, acompañados de los siete billones de personas que habitan el globo, quienes se sumen a una jornada de oración por el recrecimiento de un miembro amputado. No hay nada que hacer, Dios no sana miembros amputados.

Ya estábamos en el restaurante y le hice ver a doña Julia que la caricatura que acababa yo de pintar, no era más que un “reductio ad absurdum” que me permite desnudar las falacias y superstición tras este concepto monetizado de la oración. Que únicamente lo hago para empujar la conversación hacia el grano y escuchar la argumentación por un dios merlinesco y comerciante de milagros a cambio de oraciones. Doña Julia me expresó que estoy completamente equivocado en mi caricatura, pero no me supo explicar cómo es en realidad el sistema. No supo explicar el porqué recluta oradores ante una necesidad, o el porqué le otorga más peso a una oración del pastor o de la “hermana” Gregoria, quien dice hablar todas las noches de viva voz con Jehová. Doña Julia no me explicó por qué le valió más al conductor del pick up parar en la “prayer station”, que ir a su casa y encerrarse en su cuarto a dirigir su sincera oración, como debería hacer según Mateo 6:5-6.

"Concedido!... Denegado! ... Concedido! ... Denegado! .... Vamos, más fe y oraciones!"
Y es que, devaneos socráticos aparte, estoy convencido que este tan traído asunto de la oración no tiene mucho que ver con comunicación telepática con un ser superior que controla el universo. Esto tiene que ver con la relación entre creyentes y el reforzamiento mutuo de la misma creencia. Si alguien cede a las débiles presiones de la razón, encontrará que la vida se compone de pequeños momentos buenos y pequeños momentos malos, de grandes golpes providenciales y grandes tragedias; enfermamos y nos recuperamos porque vivimos inmersos en un ambiente patogénico y poseemos evolucionados sistemas inmunológicos; encontramos empleo y lo perdemos porque navegamos en turbulentas aguas económicas y poseemos destrezas que nos ayudan a sortearlas o no. Cosas buenas y malas pasan a diario también en Suecia, Japón o el Tibet, donde pocos oran a un dios personal. Cosas buenas y malas pasan en el medio oriente donde se ora a otro dios (si, otro que es uno y no trino, y que no envió un hijo sino un profeta). La red de oradores a la que doña Julia pertenece, cumple más una función de sesgo confirmativo colectivo, porque las más de las veces las pequeñas enfermedades remitirán y los desempleados encontrarán empleo, dejando a todos convencidos del “poder de la oración”, o del “plan de Dios” cuando la realidad es contraria a los deseos.

Acepto que la oración realizada como ejercicio de introspección privada y personal, al igual que la meditación tántrica o el simple reposo en pacíficas aguas de pensamiento, puede ser terapéutico y beneficioso. Pero eso es muy distinto a este otro tipo de oración extrovertida y tribal, instrumento efectivo de autosometimiento a la dominación social que las iglesias de toda orientación ejercen. Este es el policía al interior de cada individuo, que ni siquiera la dictadura más orwelliana ha logrado implantar para supervisar y reafirmar la pureza ideológica (bueno Corea del Norte ha andado bastante cerca).

Una creencia en solitario no tiene muchas probabilidades de subsistir, pero cuando hay apoyo de grupo, la cosa cambia. Sería maravilloso que algo como “La Fuerza” existiera en realidad afuera de la imaginación de George Lucas, y tener la convicción que sólo es cuestión de entrenamiento para que los sables laser vuelen hacia mis manos. Si estoy completamente solo en ese retorcida cognitiva, el enanito de la razón gritará y se devanará en mi interior hasta que le preste atención o me den tratamiento psiquátrico. Pero si mi delusión de maestro Jedi es compartida por docenas, por miles o millones de otras personas, el sesgo confirmativo grupal y el intercambio de anécdotas insoportadas hará que todos reforcemos nuestra creencia y sepultemos la tenue voz racional al interior de cada conciencia. Podremos entonces comenzar a odiar a los no creyentes y acusarles de trabajar para el “lado oscuro de La Fuerza”. La única diferencia que existe entre locura y religión es el número  de sus adherentes.

Tuve que repetirle que no pretendo haber encontrado la verdad; sigo buscándola, y por eso soy escéptico. Cuando discuto estos temas con doña Julia o cualquier otra persona religiosa, no lo hago con el fin de incomodar, lo hago porque en realidad estoy interesado. Vamos! si existe un Dios que, a pesar de ser omnipotente y omnisciente, le importan mis anhelos, pero necesita de mis oraciones para darse cuenta de ellos y de mis alabanzas para ser feliz, yo estoy interesado en conocer de ese ser para comenzar a darle con fervor lo que pide (y hacerle unas preguntas al respecto). Pero antes necesito que me expliquen y justifiquen ese asunto. A eso quiero llegar cada vez que molesto y discuto. Por eso acepto contento cuando me invitan a “estudios bíblicos” y asisto hasta que ya no me soportan. Pero hasta ahora, las únicas respuestas que recibo de los creyentes es “eso es cuestión de fe” o “eso se siente en el corazón”. Y concluyo entonces que no tienen una buena razón para creer, solamente deseos de creer.

La plática debe haber estado tan animada que no recuerdo si lo que comí fue Sancocho o Bandeja Paisa. Al final, como solemos hacer, suavizamos la discusión con un poco de humor y con mi usual “perdóneme suegra, sólo hago esto porque estoy en busca de la verdad”. Y ella cerró definitivamente la discusión con un “voy a seguir orando por ti, para que encuentres esa verdad que yo ya encontré sin buscar”, convencida de mi arrogancia y su humildad (vaya ironía).

No pude ya el resto de la tarde dejar de pensar en los Orómetros Celestiales… ni en el flan de guayaba y queso.

1 comentario:

  1. Jaja deliciosa e interesante anécdota. De seguro el papá noel de la gente adulta también tiene cuenta de Facebook, ya sabes, por todas esas publicaciones pidiendo que comentes "amén" ;)

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